29 marzo 2008

TODO MUJER - DEPRESION INFANTIL


DEPRESION INFANTIL
TODO MUJER- DEPRESION
Los niños también se deprimen, y no necesariamente a causa de un acontecimiento penoso. Las manifestaciones a través de las cuales la depresión se expresa, así como las causas que la originan, no siempre resultan evidentes.

Si bien la idea de la niñez, asociada a una etapa sin conflictos, ha quedado atrás, resulta difícil aceptar que haya niños que puedan padecer un sufrimiento depresivo.

- ¿Cuáles son los eventuales indicios orientadores de una depresión en la infancia? Las manifestaciones sintomáticas propias de los cuadros depresivos son de naturalezas muy heterogéneas. Sus combinatorias arman en cada caso una constelación singular. A su vez, la magnitud del problema nos lleva a considerar categorías diferenciales según se trate de una crisis de reacciones depresivas puntuales o de un estado depresivo generalizado. Los equivalentes depresivos, como por ejemplo ciertas quejas somáticas, entre las cuales predominan las cefaleas y los dolores de panza, sustituyen los síntomas típicos en los adultos.

Dado que la depresión en la infancia se presenta de maneras muy variadas, puntualizaremos solamente algunas de ellas. ¿A qué prestar atención?

Sentimientos de impotencia: pérdida de interés, de energía vital, poca confianza en sí mismo, momentos de vacío y extravío, autodesvalorización ("no me sale").

Alteraciones funcionales: trastornos del sueño, de la alimentación; malestares corporales; desconcentración y desconexión ("está en la luna"); restricciones funcionales del yo (inhibiciones).

Dificultades en las relaciones con los otros: resignación, sentimientos de no ser querido, retraimiento, dificultad para incluirse en situaciones grupales.

Oscilaciones del humor y estados de ánimo: apatía, irritabilidad, agresión, enojo, o bien excesiva buena conducta y sumisión. Inestabilidad, facilidad para el llanto; abatimiento afectivo.

En los padres, este panorama, además de impotencia, desorienta en torno de qué hacer. El itinerario habitual de preguntas que buscan el porqué va descartando factores de la realidad. Constatadas las condiciones básicas de subsistencia, se abre un registro más sutil que nos deja sin poder comprender el enigmático circuito de los procesos afectivos.

La perspectiva de un niño difiere necesariamente del ángulo desde el cual pregunta el adulto. De ahí que, pese a hacer un inventario abarcativo de preguntas para entender qué le está pasando, se nos escape el nudo de la cuestión.

¿Cómo situar la depresión en el niño?

El crecimiento supone, inevitablemente, pérdidas y conquistas. Los apremios de la vida se refieren a aquellas presiones o desafíos que, desde muy temprano, afectan al niño. El nacimiento de un hermano, la separación de los padres, duelos, migraciones y otras situaciones cotidianas implican un trabajo psíquico.

Un buen procesamiento de estas circunstancias puede devenir un aporte al crecimiento. Pero como cuando los recursos subjetivos y familiares resultan insuficientes, el desvalimiento se hace sentir. Sentimientos de fragilidad, tristezas, decaimiento, ganan espacio.

El paso del tiempo y la conciencia de las propias limitaciones plantean renuncias, sutiles duelos que dejan sus marcas. Estos duelos tienen sus costos psíquicos. Para solventarlos, el niño dispone de un patrimonio subjetivo en el que se combinan la autovaloración, el reconocimiento de su entorno, la imagen que la vida le devuelve de sí. Cuando las "reservas" son magras, se produce un déficit que constituye un clima propio de la depresión.

No siempre coincide quien uno es con quien uno quisiera ser. Tal brecha es, a veces, difícil de soportar. Estos conflictos se suelen escenificar en situaciones que la inseguridad corroe la confianza y la estima de sí. Afectan o bien el rendimiento escolar o bien la integración social, la autoimagen, entre otros.

El tan mentado complejo de inferioridad revela la insatisfacción de la propia mirada sobre sí, ya que insinúa o aun potencia las vivencias depresivas.

En ocasiones, nos encontramos con un perfil aparentemente opuesto al descripto hasta ahora, que podría resultar engañoso. Niños excitados, inconstantes, que picotean un poquito de todo sin
comprometerse en profundidad. Podríamos denominarlo como un estado psíquico de zapping con el que el niño evita detenerse, por lo cual obvia el sentimiento depresivo. Un exceso de estimulación es requerido por el niño, que parece no poder descansar ni sentirse satisfecho. -

Estrategias.
Los padres intervienen probando distintas estrategias para contener estas manifestaciones emocionales de sus hijos. Este alivio a menudo resulta efectivo transitoriamente. Cuando el problema insiste como tal, está reclamando un desciframiento de su razón de ser.

Recurrir a un psicoanalista de niños permite un espacio para pensar y develar algunos interrogantes. Despejar incógnitas, evitar la cristalización de los síntomas y disminuir el sufrimiento del niño son las coordenadas que definen la experiencia de la consulta.

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